Rumbo a Isla Negra, al encuentro de Pablo Neruda
A poco más de 100 kilómetros de Santiago de Chile, pasando por Curacaví (topónimo que significa «hombre de campo» en mapuche), el viajero atravesará el Valle de Casablanca rumbo a Isla Negra, el pueblo costero que fue hogar de Pablo Neruda, seguramente el más célebre poeta chileno. Si la ruta se hace desde Valparaíso, basta con seguir la costa, rumbo sur, unos 80 km.
El Valle de Casablanca era una tierra baldía sin apenas valor, hasta que apareció por allí un enólogo francés. Este hombre compró unas pocas hectáreas de terreno, para probar con el cultivo de cepas de cabernet suavignon. La zona ofrece la ventaja de que el rocío que se generado por la diferencia térmica entre los días y las noches beneficia el cultivo. Tuvo éxito, y ahora franceses y españoles se han hecho con una buen número de hectáreas para viñedos, cuya producción, de calidad un poco inferior al resto de los caldos del país, se dedica casi enteramente a la exportación a Estados Unidos. El único vino del valle que se vende en Chile se llama Misiones. A nuestro paso, son aún visibles las cicatrices del reciente temporal que devastó zonas de Chile el pasado julio: más de un cartel publicitario está derribado o desgarrado por el viento…
Antes de llegar a Isla Negra hicimos una breve parada en la preciosa playa de El Quisco. La temperatura del agua en julio no es que anime al baño, pero en la soleada mañana pudimos disfrutar de buenas vistas, y charlar un rato con los recolectores de algas. Esta gente recorre la playa recogiendo kilos y kilos (media tonelada al mes) de «güiros» un tipo de alga que el mar arrastra hasta la arena y que, una vez desecada, tiene aplicaciones en la industria cosmética. Un trabajo duro.
Cerca en El Tabo el cielo nos adelanta unos versos de Neruda…
Como pañuelos blancos de adiós viajan las nubes
el viento las sacude con sus viajeras manos.
En El Tabo unas simpáticas chicas venden jaibas en el arcén de la carretera. Es muy popular el pastel de jaiba, que probé en Santiago…
Y un poco más allá, importunamos a un «huaso«, el hombre de campo chileno, vestido al uso tradicional, con sus estribos tallados en madera. La verdad es que el señor mostró una gran paciencia posando para nosotros y respondiendo con amabilidad a nuestro asalto cámara en ristre, una muestra más del buen carácter de las gentes de Chile.