Cerca de Hanoi: la Pagoda y el río del Perfume
Una excursión recomendable cerca de Hanoi es hacer el recorrido que subiendo por el río del perfume lleva a la pagoda del mismo nombre (en vietnamita, chùa Hương). Saliendo de la ciudad, a dos horas (unos 70 km.) en furgoneta entre arrozales y barriadas se llega a un embarcadero en el río Yem Vi donde están los botes que remontan el río. El recorrido en coche tiene su gracia: uno puede ver arrozales con pequeños mausoleos, con enormes vallas publicitarias, salpicados de casas a veces o ladeando carreteras de varios carriles. Una mixtura que no deja de ser sorprendente.
En el embarcadero esperan botes de chapa, normalmente manejados por chicas que, a golpe de remo, ascienden por el río durante una hora. El trayecto cambia mucho según la época del año: nosotros estuvimos en verano, así que tuvimos un viaje muy tranquilo, en silencio sólo roto por el rítmico chapoteo de los remos o por el roce de los nenúfares bajo la barca. El paisaje es precioso, pues el río está bordeado por verdes montañas de poca altura pero de formas caprichosas, y también por centenares de plantas de loto, que exhiben sus flores rosadas y enormes sobre el verde del paisaje. Por lo que nos cuentan, esto no tiene nada que ver con el mismo camino en primavera, cuando miles de vietnamitas visitan la pagoda: entonces hay cientos de botes en el agua. También vimos la difencia al llegar a la montaña: en su base esperan a la temporada alta enormes restaurantes prácticamente vacíos pero capaces de albergar a 300 comensales a la vez.
El recorrido a remo termina en un humilde embarcadero, desde donde empieza la ascensión. Un amplio camino dejará al viajero en una zona de restaurantes y tiendas, con una primera pagoda, la de Thien Tru (o pagoda de la cocina celestial, muy buen nombre). Muy bonito el edificio que la precede, supuestamente dedicado a la campana que ha de tener toda pagoda budista. Un segundo edificio rectangular alberga varios altares dedicados a Buda o sus aprendices, así como dos enormes estatuas de amenazadores guardianes. Vale la pena verla, pero la realmente bonita es la pagoda que hay en lo alto de la montaña…
Para subir hay dos opciones: escaleras o cable, una especie de cabinas como las de las estaciones de esquí. Tú mismo: con el calor sofocante que hacía en verano (sofocante en serio) nosotros preferimos subir en cable y bajar andando, por aquello de que no se diga. Mala idea, deberíamos haber bajado igualmente en cable.
El trayecto mecanizado dura poco más de cinco minutos. Bajar (o subir) por el camino serpenteante nos llevo casi tres cuartos de hora. El camino es sencillo, combina tramos de escaleras o rampas sin ninguna dificultad. Muchos ancianos vietnamitas lo recorren cada año. Pero para un europeo poco acostumbrado a este calor y nivel de humedad, la bajada tiene su gracia. La subida, ni lo sé ni creo que quiera saberlo. Se nos hizo raro, eso si, ir bajando con todo el camino jalonado de pequeñas tiendecitas y bares, la inmensa mayoría cerrados: en primavera esto tiene que ser un festival muy diferente.
Al llegar arriba, un breve tramo de escaleras desciende hasta la entrada de una enorme gruta. Desde medio recorrido por estas escaleras te será posible observar una nubecilla achatada de humo: es el incienso, que divide en dos la altura de la cavidad con una nitidez que parece hecha con tiralíneas. Estás en la Pagoda del Perfume, o Dong Huong Tich. Al llegar a la gruta, sorprende la musicalidad de las goteras que caen sobre enormes cuencos metálicos, y los rezos a Buda que, si tienes suerte, podrás oir. El incienso, el goteo, el rezo monótono salpicado con toques de gong y silencios crea una atmósfea que invita a la introspección.
La cueva tiene enormes estalagmitas, gigantes. Tres de ellas, nos contaron, son regalos de Buda. La primera, tras el altar que da la bienvenida al peregrino, es el árbol del arroz, que proporcionará una buena cosecha de arroz a quien la toque. Dos columnas paraleras en el interior, con un altar en ellas, figuran los árboles de oro y plata, que proporcionarán buenos negocios y sabiduría respectivamente a los fieles que allí oren.
El viaje vale la pena: por el rio, el paisaje, las dos pagodas y la experiencia. La comida en el restaurante My Lay, muy buena y a un precio irrisorio…