Jericoacoará: última etapa de nuestro viaje a Brasil
El simpático pueblecito de Jericoacoará, en estado de Ceará, fue nuestra última parada en este maravilloso viaje a Brasil. Aquí estuvimos los últimos días, básicamente descansando antes de volver a casa y al trabajo. Días de hamaca, de lectura, de relax y de baños en unas lagunas maravillosas que os mostraré en este blog…
En Jericoacaorá, conocida como Jeri, se respira un ambiente muy especial: las calles son de arena de playa (así como el suelo de muchos establecimientos), está prohibido que haya alumbrado en las calles, así que por la noche son las luces de los restaurantes y locales los que iluminan tenuemente las arenosas calles. Hay un ambiente relajado, hippiesco, donde el tiempo fluye al ritmo que marca el calor y el estómago, sin más preocupación que estar relajadito y tranquilo. No hay grandes hoteles ni construcciones, y las autoridades locales se están tomando en serio proteger de la masificación las cuatro calles (literalmente) que forman Jeri. Llegar aquí no es sencillo, lo que ofrece indudables ventajas para el que se toma la molestia de venir. Los coches no pueden circular por estas calles, donde solo verás pasar los buggies que llevan a turistas a las excursiones de los alrededores. Es un lugar seguro, sin mucho que hacer a no ser que te gusten los deportes que suman viento y mar.
Es importante saber que hay dos Jeris. La villa cambia mucho en función de si hay o no hay viento. Nosotros estuvimos al principio de la temporada ventosa, en septiembre, y la verdad es que la playa es entonces impracticable: el viento te lanza arena a presión y el agua se enturbia por las fuertes corrientes. En estas circunstancias, hay que pasar olímpicamente de la playa y bañarse en la piscina de la pousauda o en alguna de las lagunas de agua dulce de los alrededores, te las mostraré en el próximo post por que son una auténtica maravilla. Demostración de que con este viento a la playa no hace falta que vayas:
Hablando con los locales, gente maja que ha llegado a Jeri desde cualquier lugar del mundo atraído por esa paz y por el creciente turismo, nos contaron que cuando no hay viento la cosa cambia: las calles se llenan de turistas y de brasileros de otras partes del país, las aguas del mar se claman y las playas son paradisiacas… Muy importante enterarte antes de si hay viento o no y elegir qué quieres hacer: de agosto a diciembre hay viento de verdad, así que olvídate de la playa y dedícate al surf, a confraternizar con los argentinos pijos que vienen a surfear o a las lagunas.
Por lo demás, viento aparte, es lugar es una maravilla. Las autoridades turísticas insisten en que hace apenas 20 años aquí sólo vivían unas cuantas familias de pescadores, e intentan que ese ambiente perviva. Seguro que si vuelvo en 10 años lo veré muy cambiado, y seguro que quien tuvo la fortuna de visitar Jeri hace 10 años se reirá de que a mi me parezca ahora tan maravilloso este pueblecito que surge al amparo de una gran duna que se lanza al atlántico. Los brasileros se mezclan con gente de otros muchos lugares que decidió quedarse aquí: nos encontramos restaurantes regentados por argentinos, italianos, bilbaínos…
Como pasa en muchos lugares donde los atractivos son limitados, los pocos turistas que coincidimos en Jeri (la mayoría brasileños de otros estados), concidíamos constantemente aquí o allí, lo que me permitió hacer este pequeño juego: hacer la misma foto en plan postal, o la cruda realidad de lo que en realidad ves cuando coinciden varios buggies en el mismo sitio…
Por cierto, lo de la pedra furada, una de las postales de Jeri, es una turistada total que requiere una mañana de paseo poco cómodo. No vale la pena, y menos si hay viento y la playa está agitada…
En el próximo post os hablaré de las lagoas, os va a gustar 🙂