Buenos Aires: Plaza de Mayo
El epicentro político de Argentina está dominado por la Casa Rosada, o Casa del gobierno, una mole rosácea a la que apenas te puedes acercar. Enfrente está el Cabildo, un edificio que en cualquier otra plaza pasaría desapercibido. A un lado, la Catedral Metropolitana, de un neoclásico apabullante, parece un banco más que un templo, y oficinas con soportales en el lado opuesto.
Bajo los soportales de tan importante plaza, algún quiosco y bastantes indigentes con sus pertrechos de cartón. En el centro de la plaza, un mástil con la bandera albiceleste y logos de las Madres de la Plaza de Mayo en el suelo. Ante esos logos, uno se plantea hasta que punto puede ser cruel alguien que realmente se cree lo que una Dictadura defiende. Las paredes de los alrededores de la plaza, y de la misma plaza, están pintadas de protestas diversas (no por muchas, menos importantes unas que otras). Los vendedores de garrapiñadas endulzan el aire, pero no consiguen dibujar sonrisas en los rostros que nos rodean.
En los pocos minutos que estuvimos en la catedral vimos el cambio de guardia del cuerpo de Granaderos a caballo que fundó el libertador San Martín, enterrado en tan sacro lugar.
Acabamos la mañana en la calle Florida, una estrecha avenida peatonal plagada de comercios donde constatamos que, efectivamente, nuestro aspecto de turistas era más que evidente: nos llovían los vendedores de artículos de piel tratando de invitarnos a sus tiendas.